martes, 31 de enero de 2012

NOVIAZGOS LARGOS

La observación de los romances de mi entorno y mi propia experiencia me ha llevado a tener una cosa muy clara: Bastan seis meses de relación para que una pareja enamorada de verdad desee con todas sus fuerzas iniciar su vida en común, ya sea previa boda o por la vía de hecho.

Se me podrá decir que estoy loco, que es poco tiempo, que sería irresponsable y todo lo que queráis, pero la verdad es esa, y cuando una pareja de novios lleva años y años saliendo sin hacer planes o sin concretarlos es, una de dos, o porque no están seguros de quererse lo suficiente y se dejan llevar por la inercia y por la cobardía, o porque no pueden iniciar la convivencia por muy diversos motivos, casi siempre por desgracia económicos o profesionales.

Luego habrá situaciones híbridas por ahí de tíos muy cómodos que no quieren abandonar el nido materno o de egoístas de los de cada uno en su casa y Dios en la de todos, pero, vamos, yo hablo de noviazgos normales, de gente ilusionada.

Haced la prueba y decidme sinceramente cuánto tiempo tardan en casarse las parejitas que conocéis si tienen más o menos solucionado el tema curro y el tema piso. No creo que la cosa se retrase más de tres años desde que empezaron a salir.

Porque, bien mirado, salir de novios durante más de tres años sin perspectiva alguna de convivencia, estar enamoradísimo de alguien y no tener ni idea de si podréis tener alguna vez un proyecto juntos, no poder vivir sin una persona y, sin embargo, tener que conformarse con las migajas de unas pocas horas a su lado, con  una sola de sus facetas (el ocio compartido), todo ello, digo, es, lo queramos o no, una situación antinatural. Y las situaciones antinaturales terminan pasando factura.

Por eso nunca recomendaría alargar demasiado un noviazgo. Ni al estudiante de primero de carrera que "vive" de las propinas de su padre ni a la chica de veintinueve tacos que lleva cinco trabajando.

Esto del matrimonio es una decisión difícil, pero a la vez bien fácil, o sea que en esta vida hay determinaciones que como te pongas a evaluarlas con sosiego, a anotar pros y contras en el cuaderno de las certezas, a analizaros con lupa los dos, pues a lo mejor no las tomas jamás.

Eso sin olvidar que el momento de casarse es algo así como el punto justo de maduración de una fruta. Creo que uno debe decidirse en el momento de mayor ebullición, cuando la pasión y la ilusión se encuentran en su fase álgida, cuando ha pasado ya esa etapa tontuela del principio pero sin dejar tampoco que llegue esa otra de asentamiento, de habituación, de rutina de noviazgo antinatural en el que no hay motivos para romper pero tampoco prisa alguna para ir a mirar pisos.

Aunque algunos no lo crean, los primeros años de matrimonio también son una fase de tanteo y conocimiento, y no soy capaz de imaginarme a ningún enamorado que no esté ansioso por descubrir esos aspectos de su pareja que en una simple relación de noviazgo permanecen ocultos para él, igual que no puede verse la otra cara de una moneda si no se le da la vuelta.

Sobre este mismo tema en La pluma:

- Hay que comprar la vaca
- Un cuento de hadas

domingo, 29 de enero de 2012

UN HONOR PARA MADRID


Con suficiente antelación, recomiendo desde aquí a todos los amigos de La pluma viperina no viajar a Madrid durante 2014, en especial en los meses de verano, ya que esta ciudad ha tenido el más que dudoso honor de ser elegida ese año “capital del turismo gay”. La inquietante decisión ha sido adoptada recientemente en la XXXI Convención de la Organización Internacional de Viajes para Gays y Lesbianas a fin de “consolidar la posición de Madrid en el panorama turístico gay”, como “premio a su carácter abierto e integrador” y en atención a “su principal activo a nivel internacional, que es el barrio de Chueca, estandarte de convivencia”. El galardón ha contado con el apoyo entusiasta de todas las Administraciones implicadas, incluido el gobierno municipal de la católica oportunista Ana Botella

En efecto, queda totalmente desaconsejado para personas con un mínimo de sensibilidad y sentido de la decencia visitar Madrid dentro de un par de años. Por si no teníamos bastante con el abochornante y ruidoso "Desfile del Orgullo" y con la presencia indiscriminada de perturbados sexuales vestidos como mamarrachos y morreándose en público en cada rincón de nuestra capital; por si no había suficientes maricones autóctonos exhibiéndose en el Retiro o en el Metro; por si el espíritu de Chueca nos sonrojaba poco, ahora la ciudad del oso y el madroño será invadida por alegres bujarrones de todo el mundo. 

Uno ya no soporta la vergüenza ajena cuando, a mayores de la aciaga legalización del “matrimonio” entre invertidos, las Administraciones públicas de todos los colores se proponen convertir nuestro país en referente cultural y destino preferente de vacaciones para los sodomitas de todo el planeta. 

Si las autoridades turísticas y policiales, y los responsables de la red de metro y de las estaciones de autobuses venían recomendándonos vigilar estrechamente nuestros bolsos y equipajes para evitar robos en nuestras visitas a Madrid en el período estival, ¿qué nos recomendarán ahora?, ¿que no nos agachemos si se nos caen las llaves en el vagon?, ¿que llevemos siempre una mano en la cartera y la otra cubriéndonos la retaguardia?, ¿que nunca nos adentremos en solitario en los rincones más sombríos de los parques?

Ciertamente no soy nada partidario de la normalización social, cultural y jurídica de la homosexualidad, ni en España ni en Pernambuco, pero creo que los colectivos gays, que a todas horas predican la integración, están tirando piedras contra su propio tejado con iniciativas tan disparatadas como esta. Aparte del mito estúpido de que los mariquitas tienen más dinero, o de su supuesta sensibilidad artística o estética, no alcanzo a ver la razón por la que esta gente tiene que contar con organizaciones, empresas o eventos turísticos diferenciados de los del resto de la población. No comprendo, la verdad, por qué cada homosexual no puede viajar a Madrid, a París, a Sodoma o a donde le plazca sin necesidad de hacerlo en rebaño con otros como él, o dando el cantazo mediático de dónde les gusta o no les gusta ir a los de su lobby. Si lo que pretenden con estas bullangueras campañas es la aceptación de su problemas y de sus costumbres por parte de la sociedad, lo llevan claro.

En aras de una auténtica y democrática integración, y dado el espíritu abierto a todas las culturas del que siempre hacen gala los homófilos, yo propongo a los directivos de la Organización Internacional de Viajes para Gays y Lesbianas que recapaciten su decisión y sustituyan Madrid por la pintoresca localidad de Saná (capital del Yemen) para albergar en 2014 sus coloridas celebraciones. ¡Verían qué diversión! ¡Nos lo íbamos a pasar piruleta viendo los eventos en el telediario!

viernes, 27 de enero de 2012

¡QUÉ LES HARÁN A LOS SOCIALISTAS!

Hubo un tiempo, al principio de mi andadura profesional, en que me dedicaba a meter paquetes. Bueno, en realidad, yo no los metía, pero sí recopilaba los datos y las pruebas suficientes, y redactaba los informes necesarios para que lo hicieran otros. Aunque suene morboso reconocerlo, los procedimientos sancionadores y disciplinarios constituyen una de las facetas que más me gustan del mundillo de mi trabajo. Un compañero siempre me dice de cachondeo que debe de ser un residuo de mi espíritu represor.

Nada más empezar a trabajar me tocó sacar adelante un sancionador particularmente enjundioso que hasta salió en prensa. El tema era relativamente grave y había en juego intereses sociales complicados, siendo así que la primera medida a adoptar fue el cierre preventivo del chiringuito de turno. El negocio en cuestión era bastante grande, daba mucha pasta y era sobradamente conocido en la provincia.

Chapar cautelarmente un sitio de estos conlleva un procedimiento engorroso y bastante desagradable que culmina con la personación de los funcionarios en el local, previo aviso a la policía por si acaso se encienden los ánimos, para comprobar que está todo clausurado y que se ha retirado lo que había que retirar, y para levantar un acta de cierre en presencia de los titulares del establecimento, en este caso un matrimonio.

Recuerdo que llegué en coche con la compañera que iba a ayudarme, saludamos a los picoletos, llamamos al timbre y nos abrió la dueña con una medio sonrisa cortés.

- Buenos días –les di la mano a ella y a su marido- . Somos conscientes de lo desagradable de este trámite, y lo sentimos muchísimo, pero ustedes entenderán que es nuestro trabajo, así que, con su permiso, vamos a proceder…

Recorrimos las estancias abriendo puertas y armarios, comprobando que todo estaba en orden, sin dejar de inspeccionar un solo rincón. Al acabar saqué el formulario del acta, extendí los papeles sobre una mesa y les rogué que tomaran asiento.

- Bien, señores, el acta quedaría así: “Siendo las once y media del día tal del año cual, y personados los funcionarios Al Neri y Menganita en las dependencias de …”

- Perdone que le interrumpa –dijo él de pronto- ¿Podríamos hablar con usted un momento…. en privado?

Instintivamente miré a mi compañera, que hizo el gesto de encogerse de hombros como dando a entender que le daba igual.

- Usted dirá, aunque no entiendo el motivo….

- Ahora le comentamos… Por favor, ¿nos podría acompañar a la salita? Será solo un instante. Y usted –añadió mirando a mi colaboradora-, discúlpenos, por favor.

Nos fuimos la pareja y yo a la sala de al lado. Ella cerró tras de sí  la puerta, para mi mosqueo, y cuando me tuvieron allí medio retenido, sacó dos tarjetas azules plastificadas y me las puso en las narices.

- Tenemos doce años de antigüedad, ¿sabe usted? -susurró-  Siempre apoyamos todo lo que podemos aquí en el pueblo, en las elecciones.

Tomé confuso las tarjetas y rápido vi sus fotos, las siglas y la gaviota. Me quedé ojiplático. Eran dos carnés del P.P.

- Señora - torcí el gesto bastante cortado- ... ¿pero qué me están enseñando, por favor?, ¿qué me están diciendo?...

La mujer se puso toda flamencota y, sin cortarse un pelo, soltó:

- Pues eso, que si a nosotros nos hacen esto, ¡qué les harán a los socialistas!, ¿eh?, ¡qué les harán a ellos!

- Pero por favor… ¡Eso no tiene nada que ver! Guárdenselos, por Dios.

- ¿O sea que nada? –siguió él, ya encabronado- ¿Qué de nada sirve colaborar y estar ahí cuando hace falta? Vale, vale –me dio la espalda- , lo tendremos muy en cuenta. Ya sabemos lo que se puede esperar de ustedes…

Como quería poner fin cuanto antes a semejante situación, a un episodio tan cutre propio de la España más profunda y caciquil, abrí la puerta y salí como un rayo de la habitación diciendo:

- Vamos a firmar el acta, señores. Yo no soy nadie y solo cumplo con mi obligación, así que a mí no me vengan con estas historias. Y si no les parece bien lo que les digo, recurran la resolución de cierre y aporten fotocopia de sus carnés, a ver si les vale de algo.

En diez minutos aquello estaba más chapado que Alcatraz, y nosotros de vuelta en el coche, descojonándonos.

- ¿Pero a estos qué les ha dado?- le comenté a mi compi después de contarle la batallita- ¡Si no llevo jersey de Ralph Lauren, ni pantalones chinos ni gomina en el pelo!

lunes, 23 de enero de 2012

UN NACIONALISTA VASCO EN EL OESTE



Uno jamás dejará de sorprenderse de la capacidad de infiltración de los esbirros de Sabino Arana, que aparecen siempre de sopetón donde menos te lo esperas escupiendo su bilis separatista y sus deformaciones de la historia de los pueblos que integran España.

La última sorpresa me la han dado hace tres días nada menos que viendo un inocuo western. La película, o mejor dicho la miniserie de tres horas, se llama Los protectores (2006), de Walter Hill, una verdadera delicia que he descubierto por casualidad y que reúne las mejores virtudes del género, incluyendo un guión entretenido y una fotografía de quitarse el sombrero.

Pero lo que menos me esperaba es que de repente iba a aparecer un nacionalista vasco. ¿Pero dónde se ha visto?, ¿quién recuerda a un gudari en una peli del Oeste?, ¿a dónde vamos a llegar?

Robert Duvall (¡Sí, Tom Hagen!) y Thomas Haden interpretan a dos aguerridos cowboys que conducen por las praderas una manada de trescientos potros de pura sangre sorteando a los cuatreros y otros peligros, cuando en mitad de la travesía se topan con un pastor de ovejas que viaja en el típico carromato con su familia y su rebaño.

El duro Duvall se acerca trotando al grupo y se detiene junto al pastor, un tipo achaparrado con mucha pinta de palurdo.

- ¿Hacia dónde se dirigen? –le pregunta sin rodeos ladeándose el sombrero tejano.

- Al norte, amigo –responde el paleto.

- ¿Son ustedes mexicanos?

- ¡No!- exclama orgulloso el pastor- ¡De Navarra, en España! ¡Somos vascos!

Hala, di que sí,  que navarro es lo mismo que vasco. ¡Ya defienden la gran Euskalherria hasta en una de vaqueros! Y si aclaró que Navarra estaba en España fue solo para que el cowboy pistolero no se pensara que venía de un pueblecito al otro lado de Río Grande.

Se pone uno a ver un filme de aventuras para desconectar de los rollos políticos del telediario y ahí siguen los muy hijos de puta dando la matraca con su boina, su cazurrez y su imperialismo de andar por casa.

sábado, 21 de enero de 2012

DESPEDIDA EXTEMPORÁNEA

Hace diez días me enteré sorprendido por la prensa, leyendo un especial que le dedicaban, de que murió en febrero del año pasado en el olvido más absoluto. Yo no lo sabía porque en su momento no se publicó ni un reportaje, ni una reseña ni una triste esquela del que fue uno de los novelistas más leídos de la historia de la literatura española.

Repasar su vida y su obra en esta suerte de homenaje tardío que le dedicó El Mundo me trajo muchos recuerdos. Leí por primera vez un libro suyo con dieciséis años y quedé tan fascinado que terminé devorando toda su obra a medida que conseguía las novelas en mercadillos de aquí y allá.

Lo que más llama la atención de su amplia novelística es cómo refleja su evolución personal.

Su primera obra, de 1955, es un relato cristiano ejemplarizante, un poco tópico, incluso ñoño, ambientado en el colegio de curas donde dio clase. Tras abandonar la Compañía de Jesús en el 58, inicia una prolífica etapa marcada por una serie de novelas que abordaban la marginación, la desigualdad económica y la doctrina social de la Iglesia con un fuerte tono crítico y una apuesta de fondo por el compromiso de sacerdotes y fieles en favor de los más humildes. Estos libros, protagonizados casi siempre por jesuitas jóvenes y por adolescentes de barrio bien que quedaban avergonzados al contactar con la pobreza y el chabolismo, revolucionaron a la juventud de los 60, escandalizaron a algunas mentes biempensantes y convirtieron a su autor en un bestseller indiscutible aclamado por dos generaciones.

Hasta entonces en sus páginas siempre estaban presentes, aunque de forma muy opaca, las cuestiones sexuales. Sin embargo, estas empezaron a adquirir protagonismo a partir de 1970 (precisamente la cola de ese año ante su stand de la Feria del Libro se recuerda por los organizadores de este evento como una de las más largas jamás vistas). El sexo, ya digo, comenzó a colarse camuflado en sus historias de muchachos, tratado con aparente naturalidad, para convertirse finalmente en obsesión y piedra angular del último tramo de su producción literaria. Empezó con unas leves referencias en la primera parte de su autobiografía (1969) para terminar confesando en la segunda (1977) a cuántas mocitas se cepilló siendo alférez provisional en la guerra.

Su temática en los años 70 entró de lleno en el mundo de los jóvenes delincuentes, de las drogas y de la homosexualidad, escribiendo cada vez con menos tapujos, sobre todo del último de estos temas. Tanto se especializó en el lumpen juvenil que muchos lo consideran el padre de la novela quinqui, un subgénero muy paralelo al del cine homónimo. Llegó incluso a escribir el guión de la fracasada Chocolate (1980), de Gil Carretero.

Poco a poco (como corresponde a una mente atormentada) los conflictos homosexuales fueron cobrando protagonismo en sus publicaciones hasta el punto de que a finales de los 70 terminó escribiendo novelas escabrosas y morbosas sin el mínimo valor estético, y rodeándose de cada vez más jovencitos marginados y navajeros, a los que acogía en su casa. En 1978 un menor lo denunció por abusos sexuales y, a pesar de que fue absuelto, el escándalo apareció en los más importantes periódicos de la época.

En esos años comenzó a frecuentar los pocos bares "de ambiente" que había en Madrid (en los que le conocían como La Perejiles) y a contratar de vez en cuando los servicios de jóvenes chaperos, tal como relató la semana pasada el escritor homosexual Luis Antonio de Villena, con el que coincidía en estos tugurios.

Al margen de estas cuestiones, yo siempre he sido un acérrimo defensor de la calidad literaria de este peculiar autor al que hoy he querido dedicar una extemporánea despedida. Escribía bien, muy bien. Tuvo una imaginación inagotable, sabía esbozar con realismo ambientes muy opuestos y crear historias inolvidables llegando siempre al corazón. Su estilo conciso, sus descripciones a veces telegráficas, casi sin verbos, dando importancia siempre a unos ricos diálogos con los que hacía gala de un oído excepcional, hacen de él un novelista diferente pero valioso.

Su problema fue que, con una evidente falta de perspectiva, se autoencasilló en la temática de adolescentes y la crítica no acabó nunca de tomarse en serio a este autor de “folletines juveniles”, sucediéndole un poco como a la gran Gloria Fuertes, a la que casi todos recuerdan solo recitando con voz hombruna la poesía infantil “Pío Pío Lope, el pollito miope”.

La deriva de su temática en los últimos tiempos le valió también el desprecio de muchos. Jamás le perdonaron sus estrambóticas incoherencias, que le llevaron de escribir textos recomendados con entusiasmo en los colegios de monjas de toda España a sórdidos relatos de violaciones, atracos y viciosos julandrones.


Más sobre J.L. Martín Vigil en La pluma viperina: Los curas comunistas

miércoles, 18 de enero de 2012

LO VAN PIDIENDO A GRITOS


El sábado pasado han detenido en Francia a estos tres pájaros, pertenecientes a lo que la prensa eufemísticamente denomina “aparato logístico” de ETA. Por lo visto iban armados y llevaban una amplia variedad de componentes para la preparación de explosivos.

Sin entrar en disquisiciones sobre la tregua definitiva, las mentiras del PSOE y del PP, y los chanchullos inconfesables que rodean la llamada “política antiterrorista”, se me plantea una duda existencial:

¿Se miran estos tíos al espejo antes de salir a comprar goma-2 o amonal? ¿Cómo no van a detenerlos con esa pinta de criminales que tienen? ¿Cómo no van a trincarlos con esas caras de malos, con esa facha de sospechosos, que asusta solo mirarlos? Es que te los encuentras y dan miedo. ¡Parece que van pidiendo a gritos que les pidan el DNI!

Es que algunos no valen ni para terroristas.

lunes, 16 de enero de 2012

AGARRAR LA OPORTUNIDAD

En los últimos meses he mantenido varias veces con el señor Neri pequeñas conversaciones acerca de si el Destino nos marca cuáles son los máximos objetivos a los que podemos aspirar o, si por el contrario, el futuro es producto, únicamente, de nuestra voluntad y factores aleatorios secundarios. Como nuestros lectores podrán adivinar, tan fatalista como siempre, yo defendía, literalmente, que el Destino es un gigante que está comiendo mientras que nosotros únicamente somos moscas revoloteando a su alrededor; algunas tendrán la suerte de optar a algún pedazo del banquete; otras a unas simples migajas y el resto habrán de conformarse con la heces del gigante cuidando de no molestar a un monstruo capaz de terminar con cualquier insecto, por grande y audaz que sea, de un simple manotazo.

Lógicamente, Don Neri consideraba que mis ideas no son más que una simple defensa de un determinismo cerrado cuando no, como sí opinan otras personas, pretextos para que se conformen los cobardes.

El caso es que me encontré varios meses por uno y otro motivo -laborales, personales, faldas...- bastante pesaroso, desanimado e, incluso, vago, causas por los que llevaba tantísimo tiempo sin atreverme a escribir en La Pluma. Han sido unas semanas en las que creía conveniente no compartir con nadie mi más que hastiada visión de lo humano y lo divino. Creía mejor dedicarme a hacer deporte, leer, salir al campo o a tomar cervezas con los amigos. Cualquier cosa antes que desperdiciar mi tiempo en la perniciosa afición de pensar.

Y, he ahí que, repentinamente, me ofrecieron un cambio de destino, de localidad, de ámbito laboral y personal absoluto. La posibilidad de encargarme, en unos días, de un trabajo nuevo, de un puesto novedoso que nunca nadie había ocupado antes y en el que no me aseguraban prácticamente nada. Lo único seguro era que, si en veinticuatro horas no contestaba afirmativamente, en el futuro sería muy complicado tener una oportunidad parecida.

Y tocaba elegir. ¿Renunciar a mis seguridades, a residir en mi casa, a un puesto de trabajo en el que gozaba, además de disgustos numerosos, de prestigio y ciertas prebendas, o seguir un camino que pudiera llegar a combinar mis dos verdaderas vocaciones profesionales? ¿Valdría la pena abandonar a las personas con las que he trabajado en los últimos ocho años, magníficos seres profesional y humanamente, y que me han concedido el honor de su amistad, para trasladarme a una ciudad nueva repentinamente a hacer algo que nadie sabe a ciencia cierta en qué consistirá? ¿Valdría la pena renunciar a mi institucionalizada forma de vida -ahora sé cómo se sentía el abuelete de Cadena Perpetua- para, principalmente, no verla más?

Yo sí creo en el Destino. Creo que cuando las casualidades se acumulan y se suceden apuntando nuestra vida en una cierta dirección o su contraria, no puede ser fruto del azar. Creo que existen señales que nos indican que hemos de tomar un rumbo u otro aunque, al final, sólo dependa de nuestra voluntad dar el primer paso. Es una lástima que sólo nos enteremos de que el camino seguido fue el adecuado cuando nos acerquemos a la meta.

domingo, 15 de enero de 2012

LA RISA DE LAS HIENAS

Una de las formas más primarias de sumisión, agradecimiento o halago es reírle ostentosamente las gracias al mandamás. Se ve en las manadas de hienas: cuando el macho dominante emite su siniestra carcajada, todos los miembros del clan, empezando por los más débiles, o sea las hembras y los cachorros, emulan la risotada lo más alto posible.

A unas diez puertas de mi despacho trabaja una compañera muy pija y arregladita con la que apenas he tenido ocasión de tratar. Es una mujer aparentemente discreta a la que rara vez vemos y oímos, y cuyas tareas concretas ninguno terminamos de tener claras. Bueno, sí, cumple una función importantísima, que es avisar a toda la planta de cuándo aparece el Gran Jefe por el pasillo. En efecto, cuando el jefazo sale de su área suele asomarse un momento a saludar al despacho de esta señora y hace alguna gracieta, que ella corresponde con extremo alborozo, soltando unas risas tan estruendosas que pueden oírse dos pisos más arriba.

El tema es que se dan tres curiosas circunstancias: primero, que el Gran Jefe es un tipo bastante serio cuyos chistes, las pocas veces que los hace, encajan difícilmente en los cánones aceptados de comicidad; segundo, que a los otros dos compañeros de despacho de esta chica no les oye nadie reírse (seguro que lo hacen en bajo), y tercero y más importante, ella es la persona más enchufada de todo el edificio, que no en vano consiguió cazar hace unos años, no sé si a base de carcajadas o de colchonazos, a un macro-giga-mega-jefazo de la organización. Cosas de la vida.

Sin llegar a estos extremos, cualquier jefe, desde el mismo día de su nombramiento tendrá la sensación de que se ha vuelto muy chisposo de repente porque algunas personas de su entorno empezarán a mondarse de risa, con grandes flexiones y aspavientos, cada vez que haga el más leve chascarrillo. Los decibelios y la teatralidad de estas muestras de hilaridad guardarán normalmente proporción directa con las expectativas de ascenso o de renovación del contrato de los risueños. Pero no siempre, algunos ríen las gansadas del jefe solo por eso, por ser del jefe.

jueves, 12 de enero de 2012

¿AUSTERO O RATA?

El austero es de esos ricos que no lo son por tener, sino por no necesitar. Al rata, tenga o no tenga, necesite o no necesite, le da dolor gastar en lo que sea.

Al austero le basta disfrutar de su gente y de las alegrías sencillas de la vida, pero el rata no disfruta de nada calculando lo que puede costarle.

El austero evita crearse necesidades artificiales porque odia el derroche y la ostentación. El tacaño no solo no se crea necesidades artificiales, sino que es cicatero satisfaciendo las reales.

Al austero no le gusta presumir de lo que tiene, mientras que el husmia lo hace en cuanto tiene ocasión.

El austero suele ser comedido gastando para él pero generoso con los demás. El roñas, las pocas veces que derrocha, es siempre en cosas para sí mismo.

Al austero no le atraen los lujos. Al rácano lo que no le atrae es el precio de los lujos.

El austero tiene una rica vida interior y cultiva su espíritu, pero el agarrado en el fondo solo piensa en el dinero.

El austero sabe cuándo, cuánto y en quién tiene que gastar para ser digno, a diferencia del agarrado, que siempre racanea, compra todo de mala calidad y va quedando fatal con la gente.

El austero lo es por convicción y el rata por educación o por costumbre.

El austero sabe diferenciar entre un despilfarro y el chocolate del loro. En cambio, el taba no hace distingos: araña en lo gordo y en lo menudo.

El austero ahorra sin proponérselo; porque es así. El pesetero está todo el día sufriendo con la calculadora.

Al austero no le importa lo que piensen los demás sobre su nivel de vida, pero el avaricioso vive obsesionado con ello a pesar de la imagen que va dando.

El austero ha elegido su forma de vida para ser feliz, y el avaricioso ni ha elegido ser como es ni conoce la felicidad.

El austero es rumboso cuando él o los demás lo necesitan, o cuando la ocasión lo merece, pero el avaro solo lo es cuando le interesa

El austero lo daría todo por algo que mereciera la pena. El usurero no da nunca ni los buenos días.

El austero no envidia al que tiene "más" ni al que vive “mejor” y el roñica es un envidioso nato.

El austero y el rata tienen en común que si se duplicara de golpe su nivel de ingresos ninguno de los dos cambiaría su estilo de vida.

martes, 10 de enero de 2012

LOS FOTOPLASTAS




Hay un personaje muy típico, y no por ello menos insufrible, que cada vez que regresa de un viaje se empeña en enseñar a todo el mundo las fotos que ha hecho. Cuando digo a todo el mundo es a todo el mundo: a su familia, a sus colegas, a sus compañeros de trabajo, a los vecinos... En cualquier situación y sin venir a cuento. Y con lo de enseñar las fotos me refiero no a mostrarte veinte o treinta, sino las dos mil que ha tirado.

Estos sujetos, que tampoco son muchos gracias a Dios, proliferan más que nunca en septiembre, cuando todos regresamos de las vacaciones de verano y nos juntamos en una casa con amigos o familiares a tomar un café o a cenar, en plan reencuentro.

Su primera característica es que todavía no se han percatado en modo alguno de que al 90% de la gente, por lo general y por mucho que disimule, le importan tres cojones las vacaciones de los demás, y menos aún a los que ese año no han salido a ninguna parte. No han aprendido esta lección a pesar de los años que llevan enseñando sus instantáneas y de las caras que les ponen.

En segundo lugar estos señores parecen no haber oído jamás el refrán de que lo poco agrada y lo mucho cansa. Es decir, no se contentan con hacer una selección de las, por ejemplo, treinta fotos más bonitas de su viaje a Brasil, sino que enchufan la tarjeta en la tele y te hacen tragar las mil quinientas que han sacado: las bonitas, las feas, las borrosas, las de él haciendo el oragután en la playa, las de ella posando con el vestido de fiesta, las del niño con la cara manchada de sandía… Si fueran prudentes, hasta disfrutaríamos con las imágenes porque algunos son hasta buenos fotógrafos.

Una regla de oro con estos fotoplastas es la relación directamente proporcional que existe entre el precio de su viaje y lo insoportables que se ponen. Por ejemplo, los que van a Torrevieja casi nunca pegan la toquilla con las fotos más que, como mucho, a los familiares más íntimos. Si en cambio, el amigo en cuestión ha estado de Safari en Kenia, agárrate y no te menees porque te abrasará lo menos durante cuatro horas.

Uno de los mejores trucos para eludir estas encerronas es no acudir bajo ningún concepto a la invitación a cenar a casa de una pareja que acaba de regresar de los fiordos noruegos, poniendo cualquier excusa para retrasar el encuentro (su deseo de “poner filminas” suele enfriarse con el tiempo, aunque no siempre) o intentar coincidir mejor en un lugar neutro como un bar, un restaurante o la casa de alguien con tele antigua, sentándote siempre lo más lejos posible del dueño de la cámara digital, ya que llegará un momento fatídico, generalmente a los postres, en que el pollo sacará la maquinita y te forzará a tragarte dos gigas enteros de jotapegés.

Si resulta ineludible cenar en el piso del fotógrafo entusiasta, existen dos tácticas de emergencia para protegerse del chaparrón. La más prudente y suave es irnos a cagar cuando se lleguen por la foto número cien o así, y recrearnos en el váter, sentados un buen rato, y lavarnos las manos con calma chicha, para librarnos al menos durante veinte minutos. La otra solución, qué duda cabe que más drástica, es quedarnos a ver la sesión pero emitiendo continuos y punzantes comentarios sobre la pinta de los que salgan en las fotos y sobre los paisajes y lugares inmortalizados. Cuanto más cómicas sean las pullas y más carcajadas provoquen entre los invitados, mejor que mejor.

Por ejemplo, supongamos que sale la suegra de tu amigo dando de merendar a la niña. Pues aquí lo que procede es hacer una observación ligeramente chabacana sobre el escote del vestido de la señora. Si, en cambio, aparece tu amiga en bikini haciendo esnórquel en Cancún, es el momento ideal para soltar el chascarrillo de que "joder, maja, como te ponías en el bufet libre, ¿eh?", al tiempo que inflas los carrillos y sueltas una risotada. También da bastante buen resultando, cuando te enseñen paisajes de los Alpes donde han ido a esquiar, vocear despectivo: “¡pero si eso es igual que Gredos, tú, igualito!”

En fin, cualquier idea es buena con tal de asegurarte de que nunca jamás volverán a intentar someterte a la tortura de las mil y una fotos.

domingo, 8 de enero de 2012

LE HAN ENGAÑADO


Sobre los chanchullos de Urdangarín existe una opinión popular minoritaria pero algo extendida -sobre todo entre los monárquicos- de que “pobre muchacho, teniéndolo todo cómo va a robar, eso es que le han engañado”. Su ex novia además ha debido de declarar que antes era un buen chico, nada ambicioso, y algunos le defienden a él y a su señora, asegurando que le han liado poniéndole cosas a firmar.

Esta opinión, que puede llegar a ser indignante, tiene sin embargo más miga de la que parece. Uno no sabe qué es peor, si que Iñaki sea un chorizo o un gilipollas integral, pero es indiscutible que hoy en día cuando alguien se mueve en las alturas políticas su percepción de la ética y de la honradez tiende a difuminarse hasta llegar a un punto en el que el sujeto, por ejemplo, está metiendo la mano en la caja para sí o para otros con la conciencia bien tranquila, dando por sentado que está contribuyendo al interés general. Así es, aunque parezca mentira.

Desengañémonos porque en este país muy poquitos llegan a lo más alto por ser los más listos de la clase, sino impulsados por la ayuda interesada de Dios sabe quién, y cuando alcanzan una cumbre respetable ya tienen anotada en su “debe” una lista infinita de favores a los que corresponder con el banco, con su amigo del partido o con el director del periódico local.

Otra característica del poder es que, en el momento que se alcanza, comienzan a surgir amigos, benefactores, pedigüeños y compromisos de toda clase, porque, aunque no lo parezca, su ejercicio eficaz requiere contar con apoyos y pedir muchos favores. Por otra parte, hasta el menos vanidoso de los hombres difícilmente puede resistir la tentación de comportarse como un reyezuelo o un diosecillo y otorgar sus gracias aquí y allá, dando un trabajo a la niña de su cuñado, adjudicando el contrato a su excompañero de colegio, firmando una factura abultada… Quizá esta es la faceta más golosa de los puestos de responsabilidad: más que enriquecerse uno mismo, sentirse poderoso beneficiando a los demás, haciendo que te deban la vida.

Llega un momento en que el mandamás de turno pierde el norte y acaba contagiado del síndrome del “no pasa nada, lo hace todo el mundo”, ya que, al moverse en un círculo cerrado de peces tan gordos como él y de pelotas que alaban su más mínimo gesto, llega a tener la sensación de que aceptar un regalo, bordear la línea legal o firmar en falso forma parte del juego, y que es imposible cumplir con los objetivos de su cargo siendo escrupuloso jurídica o moralmente. Recuerdo como un alcalde corrupto le voceaba al pobre secretario del ayuntamiento: “¡siempre con el libro azul, no me jodas!, ¡si lo tuviéramos que hacer todo por tu libro azul, no haríamos nada!” El libro azul era una recopilación de la Ley de Bases de Régimen Local y de la normativa de Contratos del Sector Público.

También he de decir, en honor a la verdad, que he conocido políticos muy serios y honrados, con un gran sentido del deber y del servicio al ciudadano, pero les ha costado un huevo mantenerse incólumes y, en todo caso, nunca han podido eludir del todo, aunque fuera en cuestiones muy menores, la envolvente red de favores que siempre está desplegada en ambientes como esos.

Al que se pone integrista y no pasa ni una, al que no se permite ni una sola interpretación "flexible" del libro azul, al que tira a la cara los portátiles o las cestas de Navidad que le regalan, al que no acepta una comida ni ayuda a nadie al margen de los procedimientos establecidos, tarde o temprano le acaban recordando cómo ha llegado ahí y pegándole una patada en el culo.

Para resistirse no basta tener las cosas muy claras y una sólida formación moral; también es imprescindible una marcada personalidad, un carácter fuerte, notables habilidades sociales y conocer al dedillo las normas que regulan el área en que uno se mueve. Si no, tarde o temprano, acabas metido en el fango hasta las orejas.

Lo que vengo a decir es que antes de aceptar un determinado puesto o posición, o meterse en ciertas fundaciones, consejos de administración u otros berenjenales delicados, hay que pensárselo mucho porque, una vez dentro, a lo mejor uno no es tan dueño del timón como le gustaría. Y no lo digo por Urdangarín, pero yo ya he visto a gente muy buena y muy noble procesada hasta los sobacos por estar donde y con quien no debían, y dejarse arrastrar por la corriente.

sábado, 7 de enero de 2012

YA NO SE HACEN PELÍCULAS ASÍ (4): "HORIZONTES DE GRANDEZA"


Que sea un gran aficionado a los western no significa que me interesen o me gusten las miles de pelis de vaqueros que se han rodado desde los albores de la historia del cine, más que nada porque en el género hay muchísima basura y muy pocas obras valiosas, y porque en él se han colado de rondón otros géneros distintos como el de acción o el romántico a los que solo han añadido sombreros texanos y paisajes desérticos.

Por otra parte, declarar devoción por el cine del oeste exige de múltiples matizaciones, ya que este tipo de películas es de lo más variopinto y, aparte de la gran clasificación en western clásico (anterior a 1960) y crepuscular, existen decenas de categorías, subcategorías y refritos de toda índole.

No creo que haya más de diez títulos que me merezcan honradamente el calificativo de obra maestra, pero uno de ellos, sin duda, es la grandiosa Horizontes de grandeza (The big country) (1958), de William Wyler, protagonizada por un inconmensurable Gregory Peck y por Charlton Heston.

Horizontes de grandeza es un lujo para la vista (unos paisajes sobrecogedores), para el oído (¡qué pedazo de banda la de Moross!) y para el corazón, al narrar una historia inolvidable de amor, de caballerosidad y de honradez. Ya no se hacen, en efecto, películas así, con esos mensajes ejemplares que nos enseñan a ser mejores admirando a sus protagonistas.

Seguro que todos recordamos el argumento de esta película irrepetible. El refinado capitán naval McKay (Gregory Peck) viaja desde el este a un rancho del Texas profundo para conocer a la familia de su novia, y muy pronto se produce un choque inevitable entre su mentalidad y sus maneras, y las de su suegro Terrill (Charles Bickford), el capataz de la finca (Heston) y otros rudos propietarios de ganado de los alrededores. Tomado por un cobarde incluso por su amada por no demostrar públicamente su arrojo y por no involucrarse en las luchas de su futura familia política con el indómito clan Hannassey por el control del agua para abrevar las reses, McKay terminará dando a todos la lección de que el honor y la hombría se llevan dentro y no tienen por qué exhibirse a los demás a su capricho a modo de escaparate.

Pocos westerns alcanzan el listón de Horizontes. La palabra grandiosidad es la que sin duda mejor lo define y, para mí, su mayor mérito (y eso que tiene muchos) es su sabio manejo del plano panorámico, no solamente por el lucimiento de los magníficos paisajes del suroeste de los Estados Unidos (en especial el llamado Cañón Blanco), sino por la sensación épica que produce en el espectador al combinarse con la presencia de cientos de jinetes atravesando estos parajes. No me extraña que Wyler dirigiera una obra maestra como Ben-Hur al año siguiente.

Apasionado aplauso merece el discurso del patriarca Hannassey (Burl Ives, el mejor secundario, que de hecho ganó un Oscar) en la fiesta de los Terrill, el asalto de estos al rancho del Cañón Blanco y la pelea a puñetazos entre McKay y el capataz. El final, además, es el más adecuado para un drama de la categoría de Horizontes.

Aunque la cinta es anterior al año 60, ya se vislumbra en ella el cambio de timón que experimentaría el género en pocos años, al abandonar el maniqueísmo esquemático de buenos arcangélicos y malos demoníacos y ofrecernos personajes complejos, sin desprenderse, eso sí, de la mejor esencia del western clásico.

Hay secuencias en las que uno vibra en el asiento al escuchar los diálogos, y se le ponen los pelos de punta con la música, comparable a la pieza de Elmer Bernstein para Los Siete Magníficos, y piensa desconsolado que ya jamás volverán a rodarse películas así.


martes, 3 de enero de 2012

LA PRENSA Y LA CRISIS


No seré yo quien niegue la crisis económica como hizo Zapatero, ni afirme que es algo subjetivo. A estas alturas de la película hasta los más optimistas han sufrido ya en sus carnes, de una o de otra manera, directa o indirectamente, los efectos perniciosos de la recesión. Sin embargo no hay quien me baje del burro en que no pocos de estos efectos son debidos más que a la crisis en sí al tratamiento informativo que se ha hecho de la misma.

Cuidado, que no estoy culpando a la prensa de este “escenario de recursos decrecientes”, eufemismo que oí hace poco a un idiota en una ponencia, sino afirmando que publicar ciertos datos, por muy ciertos que sean, puede agravar la situación y que un manejo incorrecto de la información puede sembrar un terror y un alarmismo por encima de lo normal que bloquee las reacciones positivas y alargue la duración del crack.

Los mass media no son los responsables de la crisis, pero sí pueden serlo de algunos de sus daños colaterales, de acelerar sus consecuencias, de ralentizar la recuperación y de favorecer un clima de desánimo que en nada ayude a salir del pozo.

En etapas como la que estamos atravesando se impone la prudencia sobre cualquier otra consideración o derecho. Manejar al buen tuntún cifras grandilocuentes sobre el paro, siniestras estadísticas sobre los mercados, titulares demagógicos sobre las pymes que se hunden al mes o abrasivas columnas sobre los recortes sociales y sus consecuencias, al final solo sirve para acojonar al personal, para desincentivarle en la búsqueda de empleo y para retraer el consumo, la inversión, la iniciativa empresarial y la contratación.

En etapas como la que estamos atravesando la prensa debería dar ejemplo de honestidad y de seriedad, o, si no lo da espontáneamente, el Estado debiera contar con mecanismos de control para obligarla.