No podíamos dejar pasar 2012 sin rendir un pequeño tributo al histórico Reino de Navarra cuando se cumple el quinto centenario de su anexión a Castilla y Aragón, y, por lo tanto, de su incorporación al proyecto político unitario de los Reyes Católicos.
Uno de los aspectos más curiosos de la historia de este Reino fue su origen. Esta entidad política surge en los territorios en torno a la vieja Iruña (Pamplona) y de la mano de los Arista, una de las familias de la nobleza vascona del siglo IX. Como el resto de los reinos medievales hispánicos, su nacimiento está directamente vinculado a la invasión de la Península por los moros, pero hay un dato esencial que diferencia a Navarra de los otros reinos cristianos primitivos, y es que mientras que el Reino de Asturias, fundado por Don Pelayo, pretendía la reunificación y restauración de la Monarquía Hispanovisigoda, y los condados aragonés y catalanes respondían al interés de los francos carolingios en defender su frontera con el mundo musulmán (Marca Hispánica), los navarros deseaban crear una entidad de nuevo cuño y completamente independiente tanto de los carolingios, como de los visigodos (que nunca habían logrado doblegar a los vascones) como de los árabes.
Y así lo hicieron. Íñigo de Arista (Íñigo Íñiguez) fundó el entonces denominado Reino de Pamplona (824) tras una compleja sucesión de alianzas y enfrentamientos con los francos (de los que dependió fugazmente) y con los sarracenos personalizados en el conde Casio de Tudela, un hispanovisigodo convertido al Islam que ejercía de gerifalte en todo el Valle del Ebro y ansiaba la autonomía del poder central del Califato cordobés.
Desde entonces, tanto la dinastía Íñiguez como su sucesora, la Jimena, convirtieron el Reino en un referente en la Europa medieval, llegando a ser Pamplona la más poblada y rica ciudad de toda la cristiandad ibérica. Las razones de este auge fueron fundamentalmente el valor estratégico del enclave, zona de paso obligada para acceder desde los Pirineos a la Península y peregrinar a Santiago de Compostela; la riqueza natural de la ribera del Ebro; las buenas relaciones iniciales con los vecinos reinos cristianos, que favorecieron un clima de prosperidad económica, y un exitoso expansionismo frente al moro, que, en su época más dorada, llevó al Reino a hasta el Cantábrico y a dominar territorios situados en las actuales comunidades autónomas de Navarra, País Vasco (fundando Vitoria y San Sebastán), Aragón, Cantabria, Castilla y León y la Rioja, y en las regiones francesas de Aquitania y Mediodía-Pirineos (las antiguas Gascuña y Occitania).
Sancho VII, el Fuerte, en Las Navas de Tolosa |
También merece la pena recordar que los Reinos de Castilla y de Aragón (y también el de Navarra propiamente dicho) nacen precisamente como consecuencia de las políticas dinásticas y territoriales del viejo Reino de Pamplona, ya que a la muerte de Sancho III, en 1035, quedan repartidos entre sus herederos el Condado de Castilla y Álava, el de Aragón (ambos heredados en su día por este soberano) y el territorio propiamente navarro.
Entre los hitos históricos fundamentales del Reino de Navarra, cabe destacar su contribución al engrandecimiento del Camino de Santiago; su compromiso con la cultura y con la Fe; su firmeza frente a las injerencias francesas, y sus gloriosas campañas contra los árabes en colaboración con otros reinos cristianos, en especial la legendaria Batalla de Clavijo (844) y la decisiva de Las Navas de Tolosa (1212) contra el imperio Almohade, protagonizada por las huestes de Sancho VII el Fuerte. Inolvidable además el reinado de Carlos III, el Noble (1387-1425), que unificó políticamente el Reino y la ciudad de Pamplona, modernizó la Administración creando las Cortes y el Principado de Viana, e impulsó la economía fomentando el comercio, la industria, la minería y las infraestructuras de comunicaciones.
Al terminar su labor de Reconquista, Navarra pierde su razón de ser y queda además encajonada entre los ya poderosos Reinos de Francia, Aragón y Castilla, recibiendo una creciente influencia de este último. Su privilegiada posición estratégica y su cada vez más manifiesta debilidad interna la convierten en un bocado apetecible para todas las potencias circundantes, que poco a poco irán creciendo a costa de su territorio.
Esta situación de crisis se agrava por momentos y estalla a finales del siglo XV y a principios del XVI por una guerra civil sucesoria que divide caóticamente el Reino entre los beaumonteses, partidarios de Carlos, hijo de la Reina Blanca y príncipe de Viana (apoyados por Castilla y después por Aragón), y los agramonteses, defensores del usurpador Juan II, padre de Carlos (aliados de Francia). El choque, que brindó a la Castilla de Isabel la Católica la oportunidad definitiva para intervenir en la política navarra, sobrevivió incluso a los dos pretendientes y se agravó con las aspiraciones francesas en los territorios de Fernando de Aragón en Italia y con el cisma religioso protagonizado por el rey gabacho Luis XII, al que el Papa excomulgó.
Finalmente Fernando el Católico declaró la guerra a Francia en 1512 y denunció a los últimos reyes navarros (Juan de Albret y Catalina de Foix) por apoyar el cisma contra el Papa. Dos días antes de que el Pontífice firmara la bula autorizando la ocupación de Navarra, el Duque de Alba ya había penetrado en el Reino con 7.000 soldados de infantería, 2.500 de caballería y 20 cañones. Pamplona se rendía el día 24 de julio y en las capitulaciones el Gran Duque juró respetar los fueros en nombre del Rey Fernando. El último bastión que resistió el empuje de las tropas castellano-aragonesas fue el castillo de Maya. Además, los monarcas navarros, que habían huido a Francia, contraatacaron nuevamente ese año y en 1516 intentando recuperar el Reino, y otra intentona franco-navarra se repitió en 1521 durante el Reinado del Emperador Carlos V, aprovechando la coyuntura de la Guerra de las Comunidades.
En las Cortes de Burgos de 1515 el Reino de Navarra se incorporaba formalmente al de Castilla.
Pocos años después, el Emperador Carlos V renunciaba a la Navarra continental (allende los Pirineos), que quedó en manos francesas, respetándose sus instituciones hasta 1789. Por su parte, La Monarquía Hispánica y los Borbones españoles mantendrían un virrey en la parte peninsular del viejo reino y respetarían los fueros hasta el final de la Primera Guerra Carlista en 1841. A diferencia de Cataluña, Navarra salvó sus fueros del centralismo borbónico tras la Guerra de Sucesión (1701-1713) gracias a su apoyo oportunista al futuro Felipe V.
Gracias, noble Navarra, por tu aportación única a la historia y a la grandeza de nuestra Patria.
Muy buena sinopsis historica, Sr. Neri! Imaginese lo que pensaran los batasunos si supieran que Sancho III de Navarra llego a denominarse "Imperator Totius Hispaniae", ya que la idea final (al menos en aquellos siglos de la Reconquista) era la union iberica (Portugal tambien) de todos los reinos de la antigua Hispania Visigoda.
ResponderEliminarFeliz anho nuevo a todos!
Siento no haber pasado antes ni a felicitar siquiera la Navidad... pero llego todavía a tiempo para desearos un ¡¡Feliz año 2013!! Un besazo a todos!
ResponderEliminar¡Feliz año, guapa! se te echaba de menos...
ResponderEliminarGracias por la lección, Sr.Neri. Yo navarro, solo tengo el nombre. Lástima que algunos además de no haber estudiado, tampoco vieron la tele cuando eran pequeños ;)) otro gallo les cantaría...
Como dice en su post, no tengo claro que su fin fuera la reunificación sino ir a su aire. Si bien después era la misma familia reinando en todos los reinos y ese aspecto no lo tengo claro.
ResponderEliminar¡Feliz Año,Aprendiz! ¡Y Álex, que nos felicita en el otro post!
ResponderEliminarBuenísima la lección de historia del intro de esa serie, Nago.
Isel, en efecto al principio de la Reconquista parece que las motivaciones eran bastante heterogéneas e incluso había alianzas con los propios musulmanes cuando interesaba, pero según se fueron consolidando estas entidades políticas (que no me atrevería al principio a llamar Reinos sino casi clanes familiares), fue tomando cuerpo también la idea de unidad de la que habla Trueno, que seguro que nos puede ilustrar muy bien sobre el particular.
Parece que esto no lo tienen tan claro los amigos separatistas, ni los vascos (que creen en la independencia vascona de siempre) ni los catalanes, que defienden una especie de Reino Catalán al margen del Imperio Carolingio y del Reino de Aragón, y luego mezclan na conveniencia la historia de Cataluña con la de la Corona de Aragón. Pero de eso habrá un post, si Dios quiere, que no escribiré yo.
dados los vaivenes dinásticos de los siglos XIII-XV, no hubiera sido extraño que Francia y la península ibérica se hubieran reunido bajo la tutela de un rey navarro.
ResponderEliminarEnhorabuena por este post, y aunque un poco tarde os deseo un muy Feliz 2013 y que los Reyes traigan muchos regalos a los que por aquí han sido buenos..
ResponderEliminar..no me miréis así, alguno habrá ¿no? Muchos besos a todos.
¡Gracias, Elena!
ResponderEliminarYo me conformo con no haber sido demasiado malo.