Me caen gordos los culturetas pedantes que denigran por sistema todas las novelas best seller y todas las películas exitazo de taquilla únicamente por el hecho de ser muy comerciales. A diferencia de ellos, uno piensa que la finalidad primordial de una novela y de una película de ficción es llegar a las masas y entretener, y, si no logran este objetivo, son un fiasco, por muchos supuestos valores artísticos o literarios que tenga el producto. Es más, para mí las mejores creaciones son aquellas que saben combinar con equilibrio estos valores estéticos con la noción de espectáculo o entretenimiento. Los cultillos también suelen olvidar que con un libro que no sea una joya literaria o con una peli que no sea una obra maestra puede contribuirse en gran medida a difundir la cultura y a despertar la curiosidad del público por el arte, la ciencia o la historia, mientras que las obras exquisitas pero coñazos ayudan poco o nada a estos fines divulgativos más allá de una minoría selecta pero generalmente gilipollas.
En esta faceta divulgativa podría encuadrarse perfectamente la exitosa novela de Ken Follett Los pilares de la Tierra (1989). Probablemente a este autor británico no podamos considerarle el Cervantes del siglo XXI. Ningún experto discute que las tramas de Follett incurren en multitud de tópicos del thriller (su género favorito) y del folletín romántico, y que están más pensadas para enganchar al lector que para dejar huella en la historia de la literatura. Nadie duda que su técnica narrativa es limitada y que sus simplificaciones históricas pueden resultar insultantes para los iniciados. Pero Follett, con todos sus defectos, marcó un antes y un después en la novela histórica; es, por así decirlo, el padre de un subgénero: la novela medieval sobre el desarrollo de las ciudades; ha sido miles de veces imitado; ha hecho disfrutar a casi 6 millones de lectores al tiempo que les metía el gusanillo por un período tan fascinante como el Medievo, y, por si fuera poco, han hecho una serie televisiva con su novela.
Este famoso libro, que casi todos hemos leído, desgrana en más de mil páginas las incidencias político-sociales alrededor del proyecto de construcción de una iglesia gótica en una localidad del sur de Inglaterra en pleno siglo XII, con el trasfondo de varias historias de amor, de justicia y de venganza. Me gustó tanto que cuando en 2007 anunciaron su segunda parte, Un mundo sin fin, me dije que no podía perdérmela, aunque, entre unas cosas y otras, no he podido acabarla hasta hace poco.
Sinceramente no he leído esta novela con el prejuicio de que segundas partes nunca fueron buenas, aunque sí preguntándome con inquietud por qué el simpático novelista galés ha esperado veinte años para dar continuación a Los pilares, y algo alarmado por los comentarios que amigos y familiares me iban haciendo según se la terminaban. Casi todos coincidían en que era mucho peor que su antecesora y bastante pesada.
El nuevo tocho se ambienta también en la ciudad de Kingsbridge, pero dos siglos más tarde. Varios personajes son descendientes de los que vivieron en la época del prior Philip. Resumiendo a grandes rasgos, la novela narra los denodados esfuerzos de una monja enfermera (Caris) y de un joven constructor (Merthin), enamorados el uno del otro, para sacar a Kingsbridge del feudalismo y convertirla en un burgo libre, mientras luchan contra el oscurantismo y los intereses de los poderes fácticos del siglo XIV. El telón de fondo es la peste negra, sus consecuencias y la forma de combatirla; las dificultades para ejecutar costosas infraestructuras como un puente y una alta torre, imprescindibles para impulsar la vida comercial de la ciudad, y la guerra de Eduardo III contra Francia.
Un balance justo sobre esta obra me lleva a dos conclusiones:
La primera es que el nuevo libro de Follett no es ni mucho menos tan insustancial como me habían augurado. En realidad lo he pasado bien con la trama, he aprendido muchas cosas sobre la medicina en aquellos tiempos y me ha servido de acicate para curiosear sobre ciertas etapas de la historia de Inglaterra que desconocía por completo. En este sentido, vuelvo a aplaudir a Mr. Ken por su labor investigadora y por el mérito de acercarnos a los profanos ciertos detalles históricos que de otro modo seguramente nunca habríamos conocido.
Sin embargo, su principal defecto no es baladí. El lado oscuro de Un mundo sin fin lo constituye el hecho tan patético de que se trata de una burda copia del primer best seller. Suponemos que deseoso de seguir sacando tajada de Los pilares y desprovisto de mejor inspiración, Follett ha escrito el mismo libro y eso se nota nada más empezar.
En primer lugar, sus personajes son idénticos a los del siglo XII. Repite al dedillo los mismos tipos humanos y los mismos comportamientos y actitudes. Salta a la vista que Merthin es igual que Jack, que Caris es Aliena o que el malvado Ralph es William Hamleigh, que incluso tiene un escudero idéntico al de este pero cambiado de nombre. La repetición de los mismos tipos esquemáticos es tan manifiesta que uno se desilusiona nada más abrir el libro y se da cuenta de las graves limitaciones del autor para desarrollar personajes diferentes y con matices.
Pero pasa lo mismo con la trama. Las historias de amor y los equívocos paterno-filiales son clavados a los de la anterior historia, incurriendo encima mucho más que esta en los clichés telenoveleros con los que tanto se cebaron en su día los críticos literarios. Por si no fuera bastante, la línea argumental también se reproduce sin disimulo alguno, con el agravante de que el esquema narrativo es notablemente más simple y previsible que el empleado con las aventuras de Jack y Aliena. La novela carece de unidad y coherencia internas y al terminar de leerla casi se tiene la sensación de haber leído varias novelas distintas e independientes con los mismos protagonistas y ambientación, juntadas hasta alcanzar las 1.200 páginas. En vez de servirse de un iter lógico y común a toda la narración, el escritor ha recurrido a hilvanar diferentes problemas y desgracias que suceden en Kingsbridge, que son ingeniosamente resueltos por Caris y Merthin; uno detrás de otro, como si fueran historietas de Mortadelo.
Como defecto menor pero decepcionante está la insistencia machacona (y comercialona) de Follett en hacernos tragar que una mujer en la Baja Edad Media tenía la misma iniciativa, el poder de convocatoria, la relevancia social y el margen de maniobra que cualquiera de las putillas de Sexo en Nueva York.
Nunca he leído un best-seller de ese estilo, principalmente por falta de dinero y de tiempo.
ResponderEliminarEso si, no negaré que es mejor que la gente lea esos libros a que mire a la literatura en general como algo aborrecible.
¿y qué me dices del tratamiento de la Iglesia en sus libros? es más anticlerical que la filmografía de Agustín González ...
ResponderEliminarZorro, los guiños a la homosexualidad en el clero son bastante desafortunados, sobre todo porque no los plantea como casos aislados sino como una práctica generalizada y casi inevitable.
ResponderEliminarLa actitud burdamente crítica con la Iglesia se acentúa bastante con respecto a "Los pilares", dándose a entender que los religiosos más listos eran precisamente los más escépticos.
De todos modos pienso que Follett no actúa con maldad, sino para vender, reproduciendo los tópicos estúpidos que tiene mucha gente sobre el clero.
PD: La iglesia de la novela está inspirada en la catedral de Vitoria, donde presentó el libro.
Después de años en los que mucha gente me insistía en que debía de leer "Los pilares de la tierra", conseguí ponerme con el libro. Me gustó porque se lee con facilidad, pero lo encontré muy simple en sus formas y en el fondo. No tengo muy claro que profundice realmente en los temas históricos que utiliza, pero es cierto que bienvenidos sean libros así si sirven para que se lea más y se abra el apetito de lectura y aprendizaje.
ResponderEliminarRespecto a "Un mundo sin fin", aún no me he animado con él...
Le doy la razón por completo, amigo Al, en que solo los pijoprogres identifican cultura con rollazo y acerca de las virtudes divulgativas que puede tener un best seller.
ResponderEliminarA mí también me gusto Los pilares...
Pero usted mismo avanzaba sus temores de que se haría verdad el tópico de la baja calidad de las segundas partes.
Escribió usted en su subconsciente la desilusión que ahora plasma confirmado en el post. Es usted el autor de "La crónica de una decepción anunciada".
Eso habla a su favor.
Voy a hacerle una breve precisión en torno al tema acerca de la influencia de la mujer en aquellos tiempos remotos con que remata ingeniosamente la entrada, poniéndola en duda.
Pues bien, hace muchos años leí una obra titulada "La mujer en el tiempo de las catedrales" de la autora francesa de gran prestigio Regine Pernaud donde hacía documentadamente sorprendentes revelaciones acerca de la gran influencia que tenía así como de la libertad que gozaba, mayor de lo que con lógica actual inferimos de la época y podemos suponer.
Eso sí sus andanzas nada tenían que ver con las zorritas neoyorquinas que viste Dona Karan y desviste el primer fontanero que incauto acude a arreglar el fregadero.
Gracias por entretenerme e ilustrame de nuevo, Neri
Asun
Hola,
ResponderEliminarEs mi primer comentario en este foro y puede que no empiece con bien pie, si elijo ser el representante de los "cultillos gilipollas".
No creo que la finalidad de una novela sea "entretener a las masas", que tengan algo con lo que pasar el rato mientras van en el tren o el autobús, de camino de su centro productivo capitalista o comunista. El sentido de una novela, como de cualquier obra creativa, es comunicar, plasmar el mensaje de su autor, dejar algo de sí. Si un libro se limita a reunir una serie de tópicos sobre una determinada época, no es literatura. Tampoco es divulgación: es un fraude, es una falsificación.
El autor es un ateo que ha crecido en una sociedad postmoderna. Aun suponiendo buena intención de su parte (y es mucho suponer) ¿cómo va a reflejar una sociedad que era fundamentalmente teocéntrica? Lo que hará será juntar una serie de clichés: la Iglesia corrupta y jerárquica, a la que se oponen la monja activa-feminista y el idealista-reformador político y aderezarlo todos con personajes cuyo modo de actuar y de pensar no encajan de ninguna manera con los de la sociedad medieval. Es como ver a un extra con un reloj de pulsera en una película de romanos, pero con las ideas y motivos. Y según dice, durante 1200 páginas!!!.
Pienso en tres grandes novelistas Católicos del siglo XX: Graham Greene, Evelyn Waugh y Tolkien. La mayoría de las novelas de Greene y Waugh se basan en experiencias personales: Retorno a Brideshead, la trilogía de Espada de Honor, Decadencia y Caida, Noticia bomba, Un puñado de polvo, El revés de la trama, El final del romance, Un caso acabado... Dan su visión sobre algo que conocen e interpretan, algo que han vivido. Tolkien opta por crear toda una mitología para tratar temas universales, apartándolos de una época o lugar concretos. Si El Señor de los Anillos es una novela Católica, no es porque Tolkien pretenda hacer apología, sino porque él es Católico y su visión, sus creencias se filtran, se plasman en el libro.
¿Cuál es entonces la diferencia entre Tolkien y Follett? Que Follett está "recreando" una sociedad que era, con los muchos defectos que pudiera tener, fundamentalmente Cristiana. Una sociedad que existió, no un mundo de fantasía. Y su ateísmo se filtrará en su obra, queriendo o sin querer. Si en el libro aparecen unos cuantos datos históricos, como nombres de personajes reales, fechas, costumbres, etc... el público al que se dirige (que no tiene una formación que le permita contrastar la visión que se le ofrece) lo considerará un fiel reflejo de la vida en el siglo XII, o el siglo XIV. Y no lo es. Es la deformación que ofrece un escritor de algo que no sólo no comprende, sino a lo que es hostil. En definitiva, un fraude que contribuirá a llenar su cuenta corriente.
Pues yo me río mucho con Sexo en Nueva York.
ResponderEliminarBuena crítica literaria, Neri: clarita, bien expuesta y razonada.
ResponderEliminarEl comentario de Jacobita (a título personal le doy la bienvenida) me ha parecido muy interesante. Discrepo de su opinión de lo que debe ser o no una novela (u otra forma de comunicación) y de los fines que puedan pretender sus autores: a muchos de ellos he oído que su única intención es entretener. Ahí creo estar más de acuerdo con Neri.
Ahora bien, es cierto que una novela puede servirnos para adentrarnos en la cultura invitándonos a profundizar en algún tema, pero en general la gente no lo va a hacer y se va a quedar con lo que ha leído sin más. Teniendo en cuenta esa máxima tan oída de que una verdad a medias es la peor de las mentiras quizá tenga razón Jacobita en que aproximaciones poco rigurosas fomentan la incultura.
Supongo que la clave está en que la gente debería saber qué puede encontrar en un libro (cultura, entretenimiento o ambas cosas): podría ponerse un simbolito en las portadas como se hace ahora con los juegos de consolas (advertencia, este juego contiene "violencia", "lenguaje soez", "escenas de sexo", "cultura").
Espero seguir leyendo más comentarios del "cultureta".
Saludos a todos.
Asun, lleva usted razón en que las mujeres del siglo XII a XIV probablemente gozaran de más libertad en muchos campos que en los siglos XVIII y XIX (por ejemplo, la moral sexual no era tan estricta), pero es que Follett se pasa bastante con sus guiños a las lectoras, y sus heroínas Aliena y Caris son tan independientes y poderosas que resultan bastante inverosímiles para la época.
ResponderEliminarMarian, sí, yo me reí con la segunda película, pero son más putas que las gallinas.
Gracias, Ignatus.
Jacobita, bienvenida. Me ha gustado mucho su comentario y tiene razón en bastantes cosas. Pienso que en conjunto no he puesto demasiado bien ni a Ken Follet ni a sus novelas. He reconocido, igual que opina usted. que su obra no es buena técnicamente ni rigurosa históricamente. Pero hay unos matices que sí quiero hacerle:
-Soy de la misma opinión de Ignatus en que la literatura es para entretener. Recuerde que hablamos de novelas, no de ensayos y, lo más importante, si usted hace un balance de las mejores obras literarias, casi todas han sido muy valoradas por el público, vamos que se han vendido como churros (de ahí su éxito y difusión). Si una novela “plasma el mensaje de su autor y deja algo de sí” pero es un tostón que a nadie interesa, se queda coja, en mi opinión, como obra literaria.
-No entiendo su referencia a los “novelistas católicos”. Cuando leo novelas no busco moralejas, sino historias buenas y bien contadas, intentando dejar a salvo mi sensibilidad y mis creencias. Otra cosa es que el novelista en cuestión aproveche su obra para atacar duramente los valores católicos, que me parece fatal sin que ello obste su calidad literaria.
Respecto a Follett, será ateo y todo lo que usted quiera, pero conviene recordar que sus tópicos sobre el clero medieval no son particularmente agresivos en comparación con otras obras del estilo que circulan por ahí. Ken Follett retrata a clérigos sensuales y codiciosos en todos los escalafones jerárquicos de la Iglesia, pero también en todos estos niveles muestra personajes muy virtuosos (el prior de Saint John in the Forest, el hermano Thomas y el propio Philip de Los Pilares). Esta “pluralidad moral” también la muestra en el estamento noble, campesino y artesano, no resultando al final un libro militante ni demasiado maniqueo, a pesar de su frecuente simplismo.
-Por último, yo opino que una novela no tiene por qué ser rigurosísima con los datos históricos, ya que se trata de una recreación ficticia. En este sentido suelo ser bastante benevolente siempre que el libro aporte anécdotas y datos para conocer las costumbres de una época y que los errores o inexactitudes históricas no sean malintencionados y no estén dirigidos a falsear la realidad o a manipular ideológicamente al lector, lo que creo honestamente que no sucede con Follett.
Que no son tan putas hombre......bueno Samantha sí.
ResponderEliminarAquí viene cuando la fastidio y digo que otro de mis libros favoritos es tatatachám "El médico" de Noah Gordon.
Este chico, como te llamas...Al Neri... escribía correctamente, pero no supo compatibilizar Literatura y militancia.
ResponderEliminarSu vida apuntaba a lieratura, hasta que se juntó con Rosales Arús y demás...
Y ahora nos habla de de Follet in love y de los Modern Tolkien.
que buscas Neri?. te tienes que definir, qué buscas? hacia donde nos llevas?. Un dia le hablas al lector de la Misa; otro de la homosexualidad;otro del Valle de los Caídos; otro de la pseudo novela histórica...
No sabes. Das bandazos. Haces como modern tolkien, cuentas historietas inconexas , de elfos ,urcos pero seguimos sin saber nada de tu aportación humanística, de Dios, del sentido trágico de la vida.Lo que cuentas ya lo han contado otros antes,-Pere Abat, Camión Aznár y demás...
Si no sabes, calla.Calla poruqe fallas.
Sr. Neri,
ResponderEliminarSoy "él" no "ella", si prefiere "el jacobita". El nombre viene de una novela de R.L. Stevenson, aparentemente puro entretenimiento para niños, pero que tiene más profundidad (no quiero ser demasiado pesado, pero si a alguien le interesa R. L. Stevenson, le recomiendo la biografía que escribió Chesterton).
Creo que la literatura debe ser más que puro entretenimiento. El novelista, como creador, como imagen imperfecta del Creador, como artesano, tiene una obligación con su obra, la obligación de buscar un trabajo bien hecho, la obligación de dejar algo de sí en ella, una imagen de sí. El deber de ser auténtico.
No he leído el libro de Follett, ni pienso leerlo. Imagínese el caso: yo, español, (mal) Católico, viviendo en el siglo XXI, decido escribir una novela sobre samuráis japoneses en la Edad Media. Leo un par de libros sobre el Japón medieval, algo sobre el bushido, veo alguna película de Kurosawa, y ya está, listo. Y luego alabo mucho a mis personajes: que si el honor, que si la lealtad, etc. O no, les pongo a parir, al gusto. Da lo mismo: es una falsificación, un fraude. Porque no es mi cosmovisión, no tengo un vínculo con lo que escribo.
Otro ejemplo tonto, imagínese que yo pienso que el fútbol es una absoluta estupidez, un montón de adultos corriendo en calzoncillos detrás de una pelota. Imagínese que soy periodista y, por circunstancias, tengo que hacer la crónica de un partido de fútbol. ¿Cómo puedo hacerlo, si no entiendo la emoción que sienten los espectadores cuando el balón entra entre los tres palos? ¿Cómo puedo hacerlo, si no entiendo como la gente puede alegrarse como si hubieran desaparecido todos sus problemas, o entristecerse como si se les hubiera muerto un familiar o un amigo, porque un equipo que lleva una camiseta de un color ha metido más goles que otro que lleva una de otro color? O mi desprecio se reflejará de algún modo en la crónica que escribo para ganarme el pan, o haré un completo ejercicio de hipocresía.
Lo que quería expresar cuando hablaba de novelistas Católicos (o mejor dicho, de Católicos que fueron novelistas), es que en los tres casos que cité hay esa cualidad que debe tener una novela: autenticidad. En las obras de Greene encuentras Católicos atormentados por las dudas o el pecado, teología heterodoxa, una visión pesimista del hombre. Porque ésa fue la vida de Greene, siempre con un pie dentro y otro fuera de la Iglesia, viendo el mundo (como decía) no como un contraste de blanco y negro, sino de gris y negro. Greene como novelista era auténtico, no lo habría sido si se hubiera dedicado a escribir vidas de santos para niños.
¿Qué novela puede escribir un ateo sobre una época en la que no existían ateos y la religión era el centro de la sociedad? O expresara su desprecio hacia lo que le parece una época de superstición y salvajismo (se puede hacer aburrido si tiene que juntar 1.200 páginas), o falsificará la época, inventándose proto-ateos, proto-feministas, proto-revolucionarios y haciendo que hablen con sus ideas (con las del autor), o hará un ejercicio de hipocresía, de prostitución intelectual. En cualquier caso, no me interesa lo que tenga que decir.
ResponderEliminarSobre la función de la literatura, hay un relato breve de Papini muy interesante, “La fábrica de novelas”. Se puede encontrar aquí:
http://www.librosmaravillosos.com/libronegro/secciones.html#tema%2010
“Desde hace ya algún tiempo soy uno de los mayores accionistas de la Novel's Company Ltd., y como estoy transitoriamente en Chicago quise visitar el laboratorio de la sociedad.
Entre todos los productos presentados en papel impreso y ofrecidos al público, la novela es el más solicitado y el que más se vende, de modo que surgió en el cerebro de un joven amigo la idea de levantar una verdadera industria cuyo objetivo sería ofrecer a los consumidores, y en grandes cantidades, un material novelístico tipo estándar. «La fantasía al servicio de la evasión», tal sería la fórmula básica de la Novel's Company Ltd. La novela, que ha llegado a ser para muchas personas un producto de consumo diario y de primera necesidad, no podía ser dejada a la anticuada producción individual casi artesana, no podía quedar librada a la iniciativa privada.” (....)
Perdone la extensión de los comentarios.
Pues aun estando de acuerdo con usted, señor Neri, en aquello de que una novela tiene como objetivo principal entretener al lector -cosa que Los pilares consigue muy bien- y no ser un tratado de historia, quisiera tender un puente hacia la opinión de Jacobita que me ha parecido interesantísima.
ResponderEliminarPongamos un vaso de agua refrescante al que añadimos una gota de veneno. ¿Qué nos queda, agua con un poco de veneno o agua envenenada? Supone lo mismo.
En Los pilares, quizás porque fue escrita hace unos años, el tufillo anticlerical no es tan acentuado, así como los fallos históricos y sí que es cierto que para una persona formada es más lo bueno que se puede obtener que lo malo.
Ya lo dice usted. Particularmente, comencé a interesarme por la fascinante historia de Inglaterra gracias a Los pilares y, más recientemente, a series de televisión como Los Tudor.
No cabe duda que Los Pilares, además, supusieron el comienzo de un nuevo tipo de novela histórica. Quizás son más destacados, por su aceptación popular, que bodrios antirreligiosos -no sólo anticlericales- como El nombre de la rosa.
Sin embargo, de Un mundo sin fin, es poco lo interesante que se puede sacar. Además de ser una copia calcada de su antecesora, la trama es poco creíble, y los personajes menos aún. Por poner un ejemplo, ¿dónde aprendió el protagonista todos sus conocimientos? ¿En episodios de Bricomanía?
Si en la primera parte, el autor ya demuestra desconocer o ignorar el proceso de construcción de los gremios medievales, en la segunda... Vamos, que unos pocos años realiza lo que otros no lograron, en su tiempo real, en dos siglos.
También llama la atención que Un mundo sin fin, tiene un tufo anticlerical sulfúrico a pesar de contar Follet con muchos clérigos católicos entre sus asesores. ¿Les pasará lo mismo que en Popular TV, que por las noches emiten programas de adivinos a pesar de ser prácticas prohibidas por la Iglesia?
Me sorprende esa mezcla que ha iniciado Jacobita y reafirma en parte el subdirector entre ideología y creatividad, por decirlo de alguna manera. No creo que la ideología de un autor quite valor a su obra, incluso cuando esa ideología se manifieste abiertamente.
ResponderEliminarNo creo que nadie pueda discutir el valor artístico de la obra de Leonardo da Vinci, por ejemplo, aunque seguramente su ideología tuviera desajustes con la iglesia del momento.
Lo que hace que un libro sea una joya literaria no es su ideología explícita o implícita, aunque nos llegue a repugnar.
El agua refrescante aunque tenga una gota de veneno puede servir también para refrescarse si nos la echamos en la cabeza. El secreto está en que cada lector/espectador/oyente... sepa si esa gota en esa dosis es venenosa para él o no.