El miércoles pasado, nada más salir del trabajo, me escapé junto a unos compañeros, algunos ya amigos, a una zona limítrofe entre el Norte de Palencia y Burgos. El objetivo era, en principio, simple: burlar a la lluvia y recorrer el cañón de un río antes de que la noche nos viniera encima.
Cuando hace unos años disfrutaba de la «alegre despreocupación de la juventud», en ciertas ocasiones solía gozar y no pocas veces sufrir, de algunas escapadas camperas que, a la larga, me han proporcionado recuerdos mucho más agradables que las más habituales y expansivas noches crapulosas de la actualidad.
Ahora, gusto de recordar mis momentos de pura rebeldía espiritual y casi física, cuando era un esquelético jovenzuelo de apenas 65 kilos, con alguna marcha ocasional que me permita tener un tema de conversación en el correspondiete bar de copas-tugurio pijo y así parecer, durante unos breves minutos, algo diferente al señorito burgués en que me estoy convirtiendo aceleradamente.
En esta ocasión, y a pesar de lo que inicialmente parecía, el tiempo acompañó, permitiéndonos recorrer el inexistente camino, un callejón que el agua ha esculpido durante millones de años y plagado de una vegetación exhuberante rica en zarzas y rosales silvestres que dejaron su huella en la piel de más de uno. Trascurridas unas dos horas, la mitad del grupo tuvo que darse la vuelta pues el conductor del coche que nos esperaba al final del recorrido había olvidado la llave en el vehículo que dejamos al principio.
El resto seguimos nuestro recorrido apretando bien el paso hasta llegar a un pequeño pueblo donde una señora que debía ser la única persona educada de allí nos comunicó, a las nueve y cuarto de la noche, que en apenas una hora habríamos llegado a nuestro destino por un camino en perfecto estado. De seguro, nuestros compañeros nos estarían esperando. Queríamos avisarles pero ante la ausencia de cobertura móvil en la zona, nos acercamos a la «Sociedad Recreativa Privada. Prohibido el paso a no socios» de la aldea -hay que ser pedantes-. Curioso que se anden con esas majaderías en un pueblajo de una docena de habitantes. Allí solicitamos un teléfono público o privado obteniendo como única respuesta el desaire de un gañán: «No hay teléfono público. Bah, lo hay pero no funciona».
Por lo visto, la señora en cuestión, antes de pesar cien kilos debió ser corredora de fondo pues, como nos enteramos más tarde, la distancia real hasta nuestro objetivo era de más de nueve kilómetros y, tras recorrer más de siete y con la noche acechando sobre nuestras cabezas, descubrimos que el camino que debería llevarnos hasta él estaba inundado e impracticable. Casi a ciegas, tomamos la decisión de continuar por un camino decente hasta el siguiente pueblo, al que llegamos ya bien entrada la noche, sin comida ni agua -el organizador de la marcha había previsto tres horas y no los resultantes veinte kilómetros, la mitad por medio de una jungla- e iluminados por media luna en cuarto creciente. Ante la previsión de que nadie en el pueblo nos dejara un teléfono para llamar a los compañeros que nos esperaban en los coches en un punto donde nunca llegaríamos, habíamos previsto un plan: liarnos a pedradas contra alguna casa y armar el mayor alboroto posible para que así, al menos, acudiera la Guardia Civil.
Y a punto, estuvimos de hacerlo. En ningún lugar encontramos a nadie que nos abriera ni nos ayudara a pesar de verse luces en la ventanas. Al final, nos abrió la puerta de su casa un caballero ya entrado en años, muy receloso al principio; cosa comprensible si se presentan en tu casa tres individuos a las once y media de la noche venidos de la nada. Finalmente, no sólo nos permitió llamar a nuestros compañeros; hasta nos ofreció de cenar y un sitio donde esperar.
Todo este rollo tan insulso, trae a cuento varias reflexiones:
Ahora, gusto de recordar mis momentos de pura rebeldía espiritual y casi física, cuando era un esquelético jovenzuelo de apenas 65 kilos, con alguna marcha ocasional que me permita tener un tema de conversación en el correspondiete bar de copas-tugurio pijo y así parecer, durante unos breves minutos, algo diferente al señorito burgués en que me estoy convirtiendo aceleradamente.
En esta ocasión, y a pesar de lo que inicialmente parecía, el tiempo acompañó, permitiéndonos recorrer el inexistente camino, un callejón que el agua ha esculpido durante millones de años y plagado de una vegetación exhuberante rica en zarzas y rosales silvestres que dejaron su huella en la piel de más de uno. Trascurridas unas dos horas, la mitad del grupo tuvo que darse la vuelta pues el conductor del coche que nos esperaba al final del recorrido había olvidado la llave en el vehículo que dejamos al principio.
El resto seguimos nuestro recorrido apretando bien el paso hasta llegar a un pequeño pueblo donde una señora que debía ser la única persona educada de allí nos comunicó, a las nueve y cuarto de la noche, que en apenas una hora habríamos llegado a nuestro destino por un camino en perfecto estado. De seguro, nuestros compañeros nos estarían esperando. Queríamos avisarles pero ante la ausencia de cobertura móvil en la zona, nos acercamos a la «Sociedad Recreativa Privada. Prohibido el paso a no socios» de la aldea -hay que ser pedantes-. Curioso que se anden con esas majaderías en un pueblajo de una docena de habitantes. Allí solicitamos un teléfono público o privado obteniendo como única respuesta el desaire de un gañán: «No hay teléfono público. Bah, lo hay pero no funciona».
Por lo visto, la señora en cuestión, antes de pesar cien kilos debió ser corredora de fondo pues, como nos enteramos más tarde, la distancia real hasta nuestro objetivo era de más de nueve kilómetros y, tras recorrer más de siete y con la noche acechando sobre nuestras cabezas, descubrimos que el camino que debería llevarnos hasta él estaba inundado e impracticable. Casi a ciegas, tomamos la decisión de continuar por un camino decente hasta el siguiente pueblo, al que llegamos ya bien entrada la noche, sin comida ni agua -el organizador de la marcha había previsto tres horas y no los resultantes veinte kilómetros, la mitad por medio de una jungla- e iluminados por media luna en cuarto creciente. Ante la previsión de que nadie en el pueblo nos dejara un teléfono para llamar a los compañeros que nos esperaban en los coches en un punto donde nunca llegaríamos, habíamos previsto un plan: liarnos a pedradas contra alguna casa y armar el mayor alboroto posible para que así, al menos, acudiera la Guardia Civil.
Y a punto, estuvimos de hacerlo. En ningún lugar encontramos a nadie que nos abriera ni nos ayudara a pesar de verse luces en la ventanas. Al final, nos abrió la puerta de su casa un caballero ya entrado en años, muy receloso al principio; cosa comprensible si se presentan en tu casa tres individuos a las once y media de la noche venidos de la nada. Finalmente, no sólo nos permitió llamar a nuestros compañeros; hasta nos ofreció de cenar y un sitio donde esperar.
Todo este rollo tan insulso, trae a cuento varias reflexiones:
- Lo que en un momento nos parece una desgracia y una contrariedad se convierte, muchas veces, en un golpe del destino a tu favor. Si uno de los conductores no se hubiera olvidado las llaves y visto obligado a volver, habríamos terminado en un pueblo desconocido y sin posibilidades de obtener vehículo alguno. Si el camino final hubiera estado practicable, nos habría tocado atravesar de noche un páramo desconocido plagado de pozos kársticos diseminados: una trampa mortal para el que no conozca en terreno. No sabemos lo que el Destino nos tiene preparado; ¿cuántas veces lo que contemplamos como una desgracia irreparable, visto de lejos se ha convertido en un golpe de fortuna? ¿Cuántas veces pasa lo contrario? Esa chica, ese trabajo, ese viaje, ese premio a la lotería...
- Da gusto encontrar a personas confiadas, dispuestas a ayudar a unos desconocidos, a pesar de que el mundo y la prudencia te dicten justo lo contrario.
Querido Subdirector, de insulsa la narración no tiene nada. He disfrutado muchísimo de esa aparición en el pueblo fantasmal, que me ha recordado a una película antigua de Spencer Tracy, "Conspiración de Silencio". El comienzo ha sido de película de terror, todo ocurrió aquel día en el que el Subdirector... Y sus amigos sonrientes ajenos a su destino se introdujeron en un bosque encantado y después de muchos devenires aparece la Bruja de Blair, venida a menos, que es la Vieja del Pueblo.
ResponderEliminarLuego llega el encuentro con la "Secta" que guarda un secreto oculto desde tiempos milenarios... Ya que en un lugar entre Burgos y Palencia de cuyo nombre no quiero acordarme ¿Pero ese lugar existe? "El secreto del Lacón con Pimentón Picante" se guarda en los archivos secretos del la "Secreta Sociedad Recreativa" que exige unas durísimas pruebas de entrada, que se resumen en la capacidad de aguante al recibir una tunda de garrotazos.
Y la clave oculta de aquel lugar del que daba la sensación de fácil entrada pero difícil salida... El Misterio se hallaba en el teléfono... ¡¡¡¡Mi Casaaaaaa!!!! (Nunca comprendísteis tanto a E.T.)
Como colofón la huída a lo Indiana Jones, entre los matorrales inhundados y de fondo aquella canción "Ain´t no mountain high, ain´t no valley low, ain´t no river wide enough baby"... Surcando la noche al raso y el encontrar asilo bajo el techo de un vetusto caballero.
A veces nuestra vida es mucho más de película de lo que pensamos y cierto es que "No hay mal que por bien no venga". Me ha encantado.
PD: Y ya para poner el "Toque Almodovar" que no falte, al vetusto señor en su juventud y parafraseando a Sabina... Le llamaban Juana La Loca...
ResponderEliminarBueno, visto así no parece tan aburrido. Mil gracias por sus halagos del todo inmerecidos.
ResponderEliminarDe todas formas, espero que, esta vez sí, el próximo post sea más polémico y viperino.
Estimado director del banco arús (no es un error en tu nombre, acabo de ascenderte porque te lo mereces):
ResponderEliminarme ha encantado tu relato. Según vi la extensión me asusté, pero la verdad es que se lee muy bien, es muy entretenido y divertido.
Respecto al tema de "no hay mal que por bien no venga" de tus conclusiones, me he acordado del libro "El Conde Lucanor" (lo siento, creo que la película aún no ha salido), en concreto al cuento XVIII (18, para los de ciencias). Es de un pavo que se rompe la pierna y gracias eso salva la vida (ya os he jodido el final)
En mi opinión, casi cualquier acontecimiento se pude ver de un modo optimista (o también pesimista) y depende mucho de la persona el saber sacar el "beneficio" de la "gran pérdida"; me alegra ver que tú te quedas con lo bueno.
"Bendito sea Dios, pero pues Él lo ha hecho será por mi bien"
Saludos
Me uno a las felicitaciones, señor Subdirector, por su relato, que me ha recordado a algunas andanzas juveniles que seguramente todos hemos tenido en alguna ocasión, durante las que lo pasamos muy mal, pero luego recordamos con cariño y nos sirven de experiencia para la vida.
ResponderEliminarRespecto a lo de "no hay mal que por bien no venga", me recuerda a un cuento chino que me contaron una vez, que dice algo así como: ¿Buena suerte?, ¿Mala suerte? ... Quien sabe.
Gracias a todos por la consideración mostrada. Una buena ocasión, como dice Ignatus, de acercarnos a la obra de don Juan Manuel, de cuya villa de residencia me encuentro muy cerca.
ResponderEliminarMe ha gustado el cuento del chin, o sea, el cuento chino;-)
Muy buen relato, Sr. Subdirector. A mí me ha recordado a un viaje a Escocia de ésos que se hacen "a la aventura", y en el que a veces llegaban las tantas de la noche y andábamos por vete a saber dónde, intentando buscar un sitio para dormir. A Dios pongo por testigo que no lo repetiré.
ResponderEliminarSeñor Leonardo, no sé como sería su viaje a Escocia, pero seguro que tiene muchas anécdotas para recordar, y seguro también que la parte buena superó a la mala. Es cierto, que en algún momento pueden crear cierta angustia, pero yo no me arrepiento de ese tipo de experiencias.
ResponderEliminarA mí el relato también me recuerda, ahora que estamos con recuerdos, a cierta excursión que hicimos por la montaña palentina hace ya años. Llevábamos un experto guía forestal que se ofreció amablemente a acompañarnos, y que al final parecía que conocía la zona menos que Paco Martínez Soria la ciudad. Acabó metiéndonos por un "camino" en el que dejamos de pisar el suelo para ir por encima de matorrales con pinchos, y por supuesto, como en toda buena historia excursionista volvimos de noche y sin linterna. Aun así, recuerdo aquella excursión con mucho cariño, y conservo más anécdotas de la misma que de todo el año en el que se produjo.
Por cierto, el guía, que era bastante "vivales", se ganó una de las muchas coplillas que hicimos ese día:
"Nuestro buen amigo Carlos,
al que todos Charlie apodan,
en el campo es un vivales,
nos las ha sobado a todas."
Sí, sin duda la parte buena superó con creces a la mala. Pero mejor si está todo atado y bien atado (me refiero al alojamiento).
ResponderEliminarCuriosa historia que a mí también me recuerda a mis acampadas juveniles. Subdire, está usted hecho un boy-scout de primera, aunque en este post le ha salido un poco la rama de pitufo gruñón.
ResponderEliminarSeñor subdirector:
ResponderEliminarEvitaré referencias futbolísticas hacia actitudes que me recuerdan a jugadores que visten de blanco y que en el señor de los anillos estarían pagados por un tal Saruman...
En fin, ante todo me alegra que esta excursión/incursión "semi- montañera" haya dado de sí como para que merezca comentarios y reflexiones en tan señalado espacio bloggero. El caso es que por alusiones, quiero decir que por mucho que alguien se empeñe en lo contrario, siempre quedará un sitio para la improvisación, así que mejor dejarla espacio de antemano (es mejor que vaya contigo que contra ti...) Y el día que no sea así, mejor quedarse en casa viendo la tele, donde
a)te puedes agarrar una salmonelosis o
b)puede ser que explote bajo tus pies el bloque de viviendas donde tienes blindada tu casa con ese seguro multihogar que te/nos colocaron con la hipoteca...
De todas formas creo que deberías valorar más (¿o mejor?) tu participación en una comitiva ilustre ante la cual la lluvia (que había por todas partes) se alejaba, el viento se detenía a su paso y el cielo se abría, solo para dejar claro que la luna, llegando la noche, la iluminaría el camino.
En compañía de todo eso y de unos amigos ¿quién se siente perdido?
Firmado: Cárabo rojiblanco
A mí esta entrada y el comentario sobre la bruja de Blair también me ha recordado cierta excursión que realicé hace años con unos amigos. Por Cronos, qué tiempos!!
ResponderEliminarSin llegar a la imprudencia temeraria y dentro de unos límites, creo que a veces viene bien estar abiertos un poco a la improvisación y dejarse sorprender por lo que surja, viendo el lado positivo de las piedras que nos encontramos en el camino. Qué aburrida sería la vida si todo estuviera programado de antemano y ocurriera según lo previsto, no les parece?
Me resulta curioso que el subdirector comente que da gusto encontrar a personas confiadas y dispuestas a ayudar. Yo hace bastantes años (cuando casi no había móviles) descubrí lo mismo porque me quedé "perdida" en una estación de autobuses desconocida por la noche, sin dinero ni móvil ni tarjeta de crédito... Descubrí que afortunadamente y a pesar de todo lo que se oye por ahí, todavía queda gente buena por el mundo, dispuesta a ayudar a una completa desconocida a cambio de nada.
Puff, Meletea. Eso sí es terrorífico, una estación de autobuses por la noche. Desde que tengo posibles no viajo en autobús porque me puedo permitir la gasolina, pero hace años perdí cientos de horas en espera de trasbordos y esperando autobuses que no no llegaban a la hora. Y es cierto, es muy curiosa la fauna que te encuentras en esos sitios: gente a la que siempre le faltan veinte duros para comprar el billete para acudir a ver a su madre moribunda, personajes que parecen salidos de una película de terror, decenas de asesinos que llevan en sus enormes maletas de cinco metros cúbicos a sus víctimas descuartizadas...
ResponderEliminarEn mi ciudad hay dos grandes manicomios (antes la Seguridad Social dejaba este tema en manos de algunas Diputaciones Provinciales) y dejan a los "residentes menos conflictivos" salir a pasear por las tardes. Todos van a la estación de autobuses o la de ferrocarril. Y en Valladolid ya es por demás la fauna existente.
Sería interesante que la srta. Meletea nos comentara su aventuras en esos lugares.
Pues yo la verdad es que tengo mis dudas de donde he tenido experiencias mas raras si en las estaciones de buses o metro(intentos de robo, gente con pintas, espectáculos varios...)
ResponderEliminarPero claro, es lo que tiene ser plebe mas experiencias y menos comodidades...snif, snif...